Guns N’ Roses

Me resulta muy triste que tenga que ser un anuncio de televisión, de un coche para más señas, quien vuelva a poner de actualidad a una de las mejores bandas de rock de todos los tiempos. Volver a escuchar «Sweet Child o’mine» me trae muchos recuerdos buenos de una época que ya veo tan lejana que parece que han pasado más de 20 años.

Andaba yo iniciándome en el noble arte de escuchar y apreciar la música en gran cantidad de estilos. Aquella asignatura, entonces denostada y hoy supongo que inexistente dado el nivel de la educación en este país, llamada simplemente «Música» me enseñó que los clásicos pueden ser una gozada. Reconozco que no he vuelto a escuchar apenas música clásica desde entonces, pero retengo en la memoria piezas que me marcaron para bien, como «Carmina Burana» de Orff o «Cavalleria Rusticana» de Mascagni, y muchas otras más conocidas, especialmente de Mozart y de Bach, mis compositores clásicos preferidos.
Pero dejaré a un lado la música clásica, que empiezo a sonar pedante. Mi primer disco, regalado por mis padres a la edad de 10 años, fue el homónimo de Hombres G. Recalco lo de regalado, que conste. Aquella música simplona y algo pija dió paso a cosas algo más serias, casi todas traídas del catálogo del entonces muy popular Círculo de Lectores. A bote pronto recuerdo el «Ojalá que llueva café» de Juan Luis Guerra y 4.40, «Autobiografía» de Duncan Dhu y «Privado» de Gabinete Caligari. Hubo más, pero son estos los únicos que recuerdo.

Llegó entonces mi décimocuarto cumpleaños y mis amigos, con toda su buena voluntad, me llevan a una tienda de discos ya desaparecida y, poniéndome ante el mostrador de novedades, me espetan a escoger cualquier disco como regalo de cumpleaños. Y hete aquí que me vengo a fijar, sin haber escuchado ni un tema de ellos en mi vida, en la portada del «No prayer for the dying» de Iron Maiden. Supongo que fue Eddie o tal vez el hecho de que uno de mis mejores amigos era un fanático de este grupo – también lo era de Barón Rojo, por ejemplo, y nunca me dió por escucharlos. El caso es que este fue el comienzo de mi amor por el rock, duro y blando, heavy y punk, que aún hoy perdura con fuerza.

A Guns N’ Roses los descubrí, mediando otro de mis mejores amigos, en el año 1991, poco antes de que sacaran su disco más genial, el doble «Use your Illusion». Me grabé en cinta de cassette – ¿soy viejo? – el «Appetite for Destruction» y el «Lies», que me gustaron tanto, sobre todo el primero, que las cintas ya casi ni se oían de tanto escucharlas. Pero reconozco que su álbum más completo y más complejo es el doble antes mencionado. Hay muchos temas que destacar ahí, yo me quedo con la versión del «Live and let die» de McCartney y con la bellísima «November Rain», vídeo musical carísimo incluido. Estos del primer disco, en el segundo brillan, siempre en mi opinión claro, otra versión – esta del mismísimo Dylan – «Knockin’ on Heaven’s Door», «You could be mine», que fue banda sonora de la película Terminator 2, y por encima de todas, «Estranged», una obra maestra.

Más tarde sacaron la rareza de turno, el «The Spaghetti Incident?», genial a su manera, con versiones de temas clásicos de los 50, 60 y 70. No estuvo mal, pero los anteriores discos eran tan buenos que es inevitable considerarlo el más flojo. Y ahí, en mi opinión, acaba la andadura de esta banda. Ya sé que sigue existiendo, con Axl Rose como único integrante original que aún continúa en el grupo, pero obviamente no tiene punto de comparación. Siempre me voy a arrepentir – y mira que me lo advirtieron – de no haberme gastado las 5.000 pesetas de la época en acudir a su único concierto en mi ciudad.

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