Pasada la tormenta de la semana anterior creo que ya va siendo hora de acometer la revisión de rigor a la que nos obliga, cada seis meses, la aparición de una nueva versión de la distribución que empezó a convertir a Linux en un sistema «para seres humanos». Y escribo que es una obligación, porque lo siento así, ya que hace algún tiempo que Ubuntu dejó de ser un sistema apetecible de probar. Motivos tengo de sobra para temer que las versiones que Canonical publica entre sus LTS (Long Time Support, Soporte Extendido, actualmente de cinco años) no son más que meras pruebas para dotar de madurez a su edición definitiva. Como escribía en el artículo anterior a este, mi instalación de Ubuntu 12.04 había durado más bien poco al no resultarme lo suficientemente estable y confiable para trabajar.
Por otra parte hay lectores que consideran que esto no es así y la ven como una muy buena opción a tener en cuenta. He de admitir que, si bien Unity me ha causado muchas reticencias desde un principio, con el tiempo es una interfaz que se puede sentir como cómoda y a la que se puede uno llegar a acostumbrar. Todo muy bonito, si no fuera porque se rompe, falla y se cuelga varias veces en cada sesión en mi equipo. Y sigue siendo para mi una tremenda decepción tener que apagar el ordenador, bajo Linux, usando el botón frontal de la caja. Totalmente antinatural.
Mas no adelantemos acontecimientos y veamos lo que dieron de sí las horas que pasé con Ubuntu 12.10 Quantal Quetzal. Voy a permitirme la licencia de no utilizar esta vez el típico esquema que acostumbro a la hora de revisar una distro (instalación, navegador, vídeos, etc.). Apenas se encuentra diferencia entre esta versión de Ubuntu y la anterior en cuanto a los programas escogidos y sería prácticamente una repetición del artículo dedicado a Precise Pangolin. De modo que vamos a simplificar la cuestión, a lo Barrio Sésamo, en lo bueno y lo malo de la nueva entrega de la distro sudafricana.
Lo bueno de Ubuntu 12.10
Facilidad de instalación
Si por algo destaca Ubuntu es por lo fácil que resulta instalarla, tanto o más que Windows. Un usuario sin conocimientos previos, ni siquiera de particionado de discos, puede instalarla sin mayores problemas gracias a la excelente detección del resto de sistemas que se encuentran en el disco duro y a la opción que permite que Ubuntu se acomode junto a estos. En el caso de mi equipo detectó a Windows 7, Manjaro y SolusOS. Grub se instala, por tanto, completo y si deseamos modificarlo podemos recurrir a grub-customizer, como aquí se indica.
Buena selección de programas
Ubuntu incluye Firefox 16 para navegar, Tótem como reproductor de películas, Rhythmbox como organizador y reproductor de música, Libreoffice como suite ofimática, Shotwell para gestionar la colección de fotografías… A todo el arsenal de programas se añade la gran cantidad de software disponible en los repositorios y accesibles mediante el Centro de Software de Ubuntu, amén de montones de PPAs que el usuario puede instalar a poco que busque un poco por la red.
Reconocimiento de hardware
Otra de las facetas en las que Ubuntu se lleva el premio es la de detección de dispositivos. La impresora se configura de modo automático y con todas las opciones correctas para su funcionamiento. El escáner está disponible con tan solo enchufarlo y abrir Simple Scan y la webcam ya funciona desde el mismo momento de instalar el sistema, cuando se nos permite tomar nuestra foto de usuario. Igualmente no encontré problema alguno con mi disco duro externo, mis pendrives ni mis tarjetas de memoria. Todo reconocido al vuelo.
Códecs multimedia
Con la sencilla acción de pulsar en una caja de selección al principio de la instalación Ubuntu resuelve el problema que se plantea en otras distribuciones: la inclusión de códecs propietarios para la reproducción de determinados formatos (mp3, flash, mkv…). Todo funcionará sin preocuparse el usuario de nada.
Hasta aquí las bondades de Ubuntu. Como se puede observar, no hay ninguna característica que no acompañase a Ubuntu desde casi el principio de su andadura en Linux. Son las cosas que se le presuponen y que la hacen una distribución ideal para el usuario con escasos conocimientos del funcionamiento interno del sistema o de la terminal.
Lo malo de Ubuntu 12.10
La interminable instalación
Tengo la sensación de que cada versión de Ubuntu que instalo tarda más que la anterior. En esta ocasión empleé, medido, cuarenta y cinco minutos de reloj. Tal vez no sería tan malo si no fuese porque tengo que pasarme dicho intervalo de tiempo sentado moviendo el ratón de cuando en cuando por obra y gracia de los drivers libres de AMD/ATI, esos que no permiten al sufrido usuario poner la pantalla en reposo si es que pretende volver a usar el equipo sin tenerlo que apagar antes. El problema con la instalación está en los servidores de Ubuntu para España, que se auto-seleccionan sin que nadie los llame durante el propio proceso. ¿Tan difícil es hacer un rankmirror antes y alegrar al usuario con una rápida descarga desde el mejor espejo disponible? En serio, es algo insufrible y uno llega a odiar la frase «Esperando las cabeceras» más que a su peor enemigo.
La odisea de los drivers privativos
Se me escapa el motivo por el que los desarrolladores de Canonical han decidido prescindir de la siempre sencilla y útil aplicación Jockey, también conocida como «Controladores adicionales» en esta edición. Resultaba simple y directo que, tras el primer reinicio al sistema nos diese la bienvenida la típica ventana informándonos de que teníamos la posibilidad, que no la obligación, de instalar los controladores de código no abierto. Este sencillo gesto aliviaba en parte la ya de por sí pesada lucha que mantengo con este tema de los drivers de AMD/ATI.
Pues bien, en la presente edición de Ubuntu, dado que la opción no aparece por ninguna parte, tras buscarla con el dash se me remite a la instalación de jockey-kde, un paquete cuyo nombre no deja lugar a dudas. Lo gracioso es que, tras intentar ejecutar jockey-gtk, el sistema me informa de que no se encuentra instalado. «No hay problema», pienso, «basta instalarlo y ya está». Craso error. Me encuentro con una suerte de paradoja cíclica en la que si quiero ejecutar jockey-gtk el sistema me dice que lo instale y si lo quiero instalar el sistema me dice que ya está instalado. ¿Pero esto qué es?
Como no me queda más remedio que seguir lo que el dash me propuso en un principio, instalo jockey-kde. El asunto es peor de lo que me temía, pues no es que necesite algunas dependencias de KDE para hacerlo… ¡es que prácticamente me instala Kubuntu! Más de 120 Mb de paquetes para ejecutar unas líneas de código. Brutal.
Podría dar por buena la espera si al final hubiese conseguido algo. Tras ejecutar jockey-kde aparece, en inglés, la ventana con las dos opciones idénticas para escoger. Tan idénticas son que, efectivamente, ninguna de las dos funciona.
O eso parece en primera instancia, porque al reiniciar, a pesar de las ventanas que informaban del fallo en la instalación, han desaparecido dos cosas: los parpadeos que revelan la presencia de los drivers libres y Unity al completo. Así es, la nueva sesión me priva de la interfaz de escritorio, dejándome con un fondo de pantalla pelado en el que lo único que se me ocurre hacer es pulsar CONTROL+ALT+T para abrir una terminal y desinstalar el driver propietario que decía Ubuntu que no se había instalado pero resulta que sí. Por si alguien se mete en este laberinto:
sudo apt-get purge fglrx
Y a olvidarse de los drivers propietarios en esta versión de Ubuntu. Gracias.
NOTA IMPORTANTE: en los comentarios a la entrada se ha propuesto la solución a este problema. Los desarrolladores han incluido la opción de instalar los drivers propietarios en Orígenes de Software –> Controladores adicionales, en lugar de en el menú principal donde se encontraban anteriormente. De igual modo, antes de instalar los controladores es preciso que hagamos lo propio con el paquete linux-headers-generic, que no se incluye por defecto en Ubuntu cuando antes sí se hacía. Hay un enlace, referido a Nvidia pero que se puede aplicar también a AMD/ATI, donde explican el tema. Hacerlo así probablemente reduzca los problemas gráficos y de continuos cuelgues de esta versión de Ubuntu. Gracias a Álvaro Jesús y Vladimir D. Paulino por la aportación.
El cuelgue no es la excepción, sino la norma
No he probado ningún sistema Linux que me haya obligado a reiniciar tantas veces el equipo como Ubuntu 12.10. La primera vez que entré al escritorio tras instalarse, cuando me notificaba de varias actualizaciones disponibles, fue pulsar el icono correspondiente y listo, pantalla congelada. Al menos la combinación CONTROL+ALT+F1 me permitió abrir mi socorrida sesión de consola. Pensé que desde ahí podría entrar y hacer un reinicio. Segundo craso error. Ubuntu no reconoce mi usuario y contraseña cuando pretendo loguearme. Nuevamente tengo que parafrasear a Matías Prats: ¿pero esto qué es?
Ante la situación irresoluble con mis conocimientos, que a la vista está que deben ser bien escasos, pulso el botoncito de «hard reset». Hubo más cuelgues, por desgracia, como al intentar reproducir con Tótem un archivo .avi. Igualmente imposible de solucionar, otra vez a darle al botón. Buff…
En otro momento se produjo un cuelgue con la simple pulsación del dash en la barra de Unity. Y ya se imaginan cómo terminó la cosa. Pues sí, botón y a reiniciar. Sencillamente lamentable, más allá de fanboyismos y odios absurdos, no es de recibo que un sistema Linux se comporte de este modo. Se llame como se llame la distribución es, simple y llanamente, inaceptable.
Por no hablar de las veces en que iniciar un programa hace aparecer la ventana de Apport para informar de un error, al más puro estilo de los cansinos avisos de seguridad de SELinux en Fedora. En resumen, fallos y errores por todas partes.
El asuntillo de las «shopping lens»
Si se pudiesen obviar todas estas grandes calamidades, Unity sería una interfaz productiva, incluso. O por lo menos lo era hasta ahora. Se ha escrito mucho en la red sobre el acuerdo entre Canonical y Amazon para la inclusión de resultados de la popular tienda online en las búsquedas hechas con el dash de Unity. Lo que no nos contaron era que dichos resultados iban a copar, de manera casi absoluta, la totalidad de los que el sistema nos muestra. ¿Busca usted un archivo que comienza con, pongamos, la palabra «verano»? Se va a encontrar con multitud de referencias a libros, discos, electrodomésticos y cachivaches varios que tengan que ver con dicha palabra. Afortunadamente el tema tiene una fácil solución. Solución que no habría que poner en práctica si Canonical, siendo honesto, permitiera al usuario elegir en primer lugar si quiere que le vendan cosas mientras está sentado ante el ordenador buscando un vídeo casero. Pero no, hoy en día hay muchos, demasiados, desarrolladores que opinan que el usuario no sabe lo que le conviene. Ellos sí que lo saben, faltaría más.
Puede que a estas alturas todavía haya quien se pregunte si vale la pena actualizar su Ubuntu LTS a la nueva Quantal Quetzal. Por si no queda claro con el artículo: «ni se le ocurra». En primer lugar, es obvio, porque se trata de un sistema altamente inestable. Y, por otra parte, las presuntas mejoras o novedades que le pueden empujar a acercarse a esta versión brillan por su ausencia. No me canso de repetir que en Linux no hay realmente malos sistemas – o sí los hay, pero eso es harina de otro costal – sino malas combinaciones de hardware-usuario-sistema. ¿Por qué afirmo esto? Por dejar una rendija abierta a la esperanza de que las malas sensaciones que Ubuntu me deja estén relacionadas con mi equipo y los controladores gráficos.
Pero mucho me temo que no es el caso. Canonical sigue fiel a su cita bianual con los usuarios sin importar demasiado la calidad del producto (gratuito, esto siempre hay que destacarlo para no olvidarlo) que se pone en liza. Yo no soy nadie para decirle a Canonical cómo tiene que hacer las cosas, pero si mi opinión le importa a alguien, este modelo no es el adecuado. Aconsejaría a los usuarios no dejarse llevar por la «versionitis» y quedarse con Ubuntu 12.04, al menos, hasta que aparezca la nueva versión de soporte extendido allá por la primavera de 2014. Hoy por hoy, Ubuntu Quantal no merece la pena. Pese a todo, sus grandes facilidades para el usuario novel, aspecto en que se centra nuestro ranking, le otorgan un 8’14. En otras cuestiones, cero patatero. Un saludo.