Resulta irónico que una de las cosas que más detesto en esta vida sea la ausencia de palabra, la falta de compromiso, la incapacidad de cumplir con lo que se promete o de mantener lo que se decide. Decía mi abuelo que un hombre que se viste por los pies cumple su palabra. Mantenía – y mantiene, por suerte – mi padre que si dices que vas a hacer algo has de hacerlo y punto. No valen excusas. Comprenderéis, ante estas premisas, lo difícil que resulta para mí hacer lo que estoy haciendo en este preciso momento. Dije que lo dejaba y lo dejé… durante menos de un mes. Y aquí estamos.
No es menos cierto que cuando uno comete un error debe hacer lo posible por subsanarlo, previo reconocimiento, claro está, de que se ha metido la pata. Por continuar con las frases célebres, dos equivocaciones no constituyen un acierto, de modo que es tiempo de levantarme, admitir mi error y continuar con la batalla. No sin antes agradecer las muestras de apoyo y comprensión recibidas en el centenar de comentarios suscitados por mi artículo de despedida. No es que los motivos que aduje en dicho texto no sigan teniendo validez. Incluso diría que los sigo manteniendo. Usar GNU/Linux es nadar contracorriente, aún hoy día y a pesar de las mejoras conseguidas entre todos. Ocurre que, a veces, uno se deja vencer por la tristeza y el cansancio y decide tomar el camino fácil. Enarbolé la bandera blanca de la rendición al modo sencillo de hacer las cosas, al instalar y olvidarse, seducido por la idea de descansar y acercarme a una mal entendida normalidad.
Pero hubo un factor con el que no conté, uno que me empezó a recordar Vicente Seguí en su correo electrónico de despedida: la sensación amarga de que abandonar GNU/Linux es, en cierto modo, cerrar los ojos, taparse la nariz y aparcar los ideales. «Ignorance is bliss», dicen los anglosajones. «Ojos que no ven, corazón que no siente», espetamos por aquí. Le pasó a él y, mientras lo leía, supe que también me pasaba a mí. Windows es un sistema operativo válido, con sus ventajas e inconvenientes, como GNU/Linux, como MacOS, como todo en la vida… Pero el sistema de Tux fomenta unos valores y defiende unas ideas que yo interiorizo como propias, mucho más próximas a mí que cualesquiera otras. Y ante eso no hay nada que hacer.
De manera que inicio nueva etapa, volviendo a la que siempre fue mi «casa informática», con renovadas fuerzas y ganas de colaborar y compartir. Ello no implica seguir con el distro hopping, al menos eso espero, pues me parece mejor idea mantener mi partición con Windows para aquellos momentos en que un problema en mi GNU/Linux me impida hacer algo que corra cierta prisa. Siempre me molestó tener que reiniciar a un sistema distinto porque algo falla, pero si se piensa bien, esto es una tontería. Lo he vivido estas últimas dos semanas mientras ponía a punto mi partición con Chakra, donde ya todo funciona, por cierto.
Para finalizar, lamento que el hastío y cierta cobardía me llevaran a tomar la decisión de abandonar tanto el blog como mi sistema operativo preferido. De todos es sabido que todo acontecimiento en la vida puede equipararse a una situación ya vista en cualquier episodio de Los Simpson, así que, a modo de castigo por mi osadía, recibiré mi particular «placa» que me recuerde que estoy en GNU/Linux para siempre.
Escojo para ello una de mis citas preferidas. Ignoro el autor, solo sé que se la oí por vez primera a Enzo Maresca, en su lengua materna. «No hay derrota en el corazón de aquel que lucha». GNU/Linux no es para todo el mundo, requiere ciertas ganas de aprender y, sobre todo, no rendirse cuando algo falla y seguir luchando para que el monopolio no lo engulla todo. Recojo, pues, la toalla que tiré y continúo con el combate.