En solo cuatro días, que se dice pronto, cuatro simples días que han transcurrido desde las últimas elecciones europeas, ha surgido de las cavernas una ingente cantidad de opinadores que lanzan improperios como si no hubiera un mañana, cual jauría. ¿Por qué gente que ni siquiera sabía quién era Pablo Iglesias Turrión hasta el pasado domingo a eso de las once de la noche lanza insultos y calumnias contra su persona, con los ojos inyectados en sangre, por todo espacio de comunicación que se le presente? Los veo en la TV, los oigo en la radio, los leo en Facebook, Twitter y Google Plus. Una manada, como gobernados por una mente única, que gruñe, patalea y miente. Insisto: ¿por qué?
Han bastado cinco diputados, cinco escaños para el Parlamento Europeo. Más de un millón de votos de españoles para Podemos, un partido político que no se auto-denomina como tal, sino como un conjunto de ciudadanos que pretenden devolver el poder de decisión al pueblo, al entente más numeroso y siempre más perjudicado por quienes hacen política. Gente que ha adelantado por la izquierda a varios partidos, que se financia con campañas de «crowdfunding», que no envía cartas postales por valor de dos millones de euros a diestro y siniestro para promocionarse, ni paga vallas publicitarias o espacios en televisión. Y eso molesta y asusta, más lo segundo que lo primero, a la clase política acomodada y apoltronada, que no desea perder ninguno de sus privilegios. Hacen números y se acobardan. En solo cuatro meses ha logrado más de un millón de votos… ¿qué no podría conseguir de aquí a las próximas elecciones generales? Y empiezan a sudar… y a ladrar.
Si uno presta atención a sus ladridos, puede oir que Iglesias es una mezcla de líder bolivariano, tirano norcoreano y terrorista iraní. Todo en uno. Que es un anti-sistema (como si el sistema no fuera anti-nosotros). Que quema contenedores, hace malvados «escraches» contra honrados políticos, defiende utopías marxistas que nos llevarán a la ruina (como si no hubiera seis millones de parados y montones de personas que viven ya de la caridad en España) y mata un gatito cada día. Que pretende limitar mi derecho a ser asquerosamente rico, sí, ese derecho que, vaya fastidio oye, resulta que choca con el derecho de mucha otra gente a no ser pobre. Qué barbaridad, mire usted…
Me indigna profundamente que todos esos tipos y los que les siguen califiquen la irrupción de Podemos como la consecuencia de las dificultades por las que pasamos un montón de descerebrados, gente que escucha a un mesías con coleta y le vota sin conocer siquiera un punto de su programa electoral, esa lista de opciones trotskistas irrealizables. Nos llaman gilipollas en nuestra cara, básicamente. Será eso, será que los listos son ellos, los que siguen votando a los mismos que robaron, roban y robarán, los que no están dispuestos a modificar la Constitución salvo que se lo pida Alemania (y entonces la cambian en cinco minutos), los que apoyan a partidos con auténticas redes clientelares dentro del sistema que les proveen sistemáticamente de millones de votos propiciados por el miedo a perder el chollo. Los que rescatan bancos pero no a las personas. Ellos son los listos, los que votan con cabeza, claro que sí.
Y rematan con que la justicia social no existe, que las oportunidades estaban ahí para todos, que si tú no las aprovechaste es que eres un vago y un demagogo. Que yo tengo derecho a ganar miles de euros al mes y tú a no llegar a novecientos, porque yo lo valgo y tú no, yo me he esforzado y tú no. Como si no hubiera en este país más gente en paro que los llamados «perroflautas», esos a los que Iglesias quiere darles una paga por no hacer nada, quitándome a mí lo que es legítimamente mío. Que la culpa de tu desgracia la tienes tú y solo tú. Es una forma bastante eficiente de que no levantes cabeza, cuando crees que el único responsable de lo mal que te van las cosas eres tú mismo. Sus lujos, sus cuentas en Suiza, sus catorce sueldos, ésos no tienen culpa de nada. La culpa es tuya y del fontanero que cobra una factura sin IVA y del obrero que se compró un piso por encima de sus posibilidades. Tal es su desvergüenza.
Lo peor de todo este despropósito es que mucha gente se lo traga. Es así. Gente que es honrada, pequeños y medianos empresarios que ya tienen pesadillas con «el de la coleta» entrando en sus negocios y expropiando esto y aquello. Y se lo creen porque el sistema ya ha puesto en marcha la maquinaria propagandística para que así sea. En cuatro días, señoras y señores, cuatro simples días. Portadas de periódicos otrora serios y hoy una herramienta más de los poderosos, que tachan a un supuesto futuro Congreso de ingobernable si no se olvida uno de estos partidillos de tres al cuarto y vuelve a la senda del bien, el bipartidismo: los de la derecha y más allá. Aún más ilógico y desconcertante es toda esta basura extremista cuando uno se da cuenta de que hay quien ataca a Iglesias por todo lo contrario: comunistas «de toda la vida» que piensan que no es más que un juguete del sistema creado por una cadena de TV para dividir a la verdadera izquierda, y sus propuestas son tibias e inanes para cambiar lo establecido.
Pues tengo malas noticias para la jauría: Podemos ha llegado para quedarse porque la gente de a pie así lo ha decidido. Ladran, luego cabalgamos. Y me da igual que me llamen iluso, utópico o bolchevique. El sistema capitalista tal y como lo tienen montado ha alcanzado un punto de no retorno. Han robado ya tanto, y de un modo tan descarado, que hay mucha gente dispuesta a que esta farsa no continúe. Y cuando tantos se cansan, se unen y encuentran una cabeza visible (con coleta en este caso), entonces es cuando el miedo se muda de bando. Entonces es cuando, por muchos ladridos que escuches a tu alrededor, el cambio comienza a gestarse sin vuelta de hoja.