Vivimos estos días en España una sucesión de olas de calor que no tiene parangón. Servidor, que ya peina canas, no recuerda algo parecido y conforme pasan los días sin bajar de cuarenta grados a la sombra en el valle del Guadalquivir, son pocos los viejos del lugar que recuerdan algo siquiera parecido. Asfalto que se derrite, viento sahariano que se siente como si te fueran a incinerar, casas con finos muros que no sirven de aislante ni en verano ni en invierno y escalofríos solo de pensar en la inminente factura de electricidad por venir. Esto es Sevilla para los que vivimos instalados en la continua «tiesura», sin posibilidad de evadirse más allá de escarceos piscineros ocasionales.