Llevo varias semanas usando exclusivamente Linux Mint 17.3 Rosa en su edición con Cinnamon y confieso que estoy más que satisfecho en todos los aspectos posibles. Me dedico a trabajar con el sistema, que no es poco, y éste me respeta igual que yo a él, sin entrometerse en mis labores. No hay errores, el rendimiento es excelente y no echo en falta nada. Hace unos días hice una visita a mi cuñado, una de ésas en las que uno sabe que va a tener que pasar horas frente al ordenador (no remuneradas, claro está) y que, como quien no quiere la cosa, va tratando de postergar hasta que ya no hay más remedio que coger el toro por los cuernos poniéndose el disfraz de técnico informático familiar. Me llevé una lista, un papel emborronado, donde había anotado los pasos a dar tras la instalación de Linux Mint, a modo de guión preestablecido que me ayudase a no perder ni un segundo de más de mi tiempo en la tarea. Reto conseguido, por cierto.
El susodicho equipo tenía una extraña mezcla de sistemas en su interior: un Windows 7 edición Jack Sparrow convivía con dos maravillosas y excepcionales distribuciones GNU/Linux que yo mismo había instalado hace más de 3 años: Chakra Archimedes y, pásmense… ¡el SolusOS original! Así es, mi cuñado y mi sobrina estaban más que satisfechos con aquella derivada de Debian estable que Ikey Doherty montara en su momento. No negaré que me causó una gran nostalgia volver a ver aquel Gnome 2 tan bien implementado, con los efectos de Compiz luciendo en todo su esplendor. Pero mi cuñado estaba cansado de los fallos de Windows 7, sistema que mantenía por mor de la necesidad impuesta por los colegios e institutos públicos de usar ciertos programas – o algo así, tampoco me quedó muy claro – y deseaba una actualización a Windows 10, tal y como le llevaba tiempo sugiriendo el icono de la bandeja del sistema.
Como bien contaba Yoyo Fernández en uno de sus últimos podcasts, lo de evangelizar sobre GNU/Linux no lo llevo demasiado bien a estas alturas. Así que acepté hacer convivir un nuevo Windows 10 con algún sistema del pingüino, aprovechando la ocasión para modernizar un poco los que ya usaba. En su día yo había creado una partición de datos para evitar que pasara lo que finalmente ocurrió: mi cuñado y mi sobrina tenían archivos desparramados por todas las particiones, de tal guisa que podían convivir copias de un mismo archivo en cada sistema operativo. Mi decisión la tuve clara: Chakra no pinta nada ahí (apenas la usaba, según me confesó), optemos por un combo Windows 10 + Linux Mint Rosa Cinnamon y así simplificamos un poco el equipo.
Dejando mi historieta a un lado – con final feliz, cuñado y sobrina terminaron encantados con el cambio – comienzo a plasmar hoy aquí una especie de calco, ampliado y en limpio, de mi hoja de ruta de cosas que conviene hacer tras instalar Linux Mint. Confío en que pueda ser de ayuda a usuarios noveles o pueda ampliarse si alguien echa en falta algún paso. Antes de nada, puntualizar que esta guía se refiere a la edición con Cinnamon. Sobre Linux Mint Mate tenemos un muy buen tutorial, de la mano de Juan Carlos Senar, en Linuxirun. Comencemos.
Lo primero es lo primero: actualizando Linux Mint
Nada más entrar por primera vez al escritorio nos encontraremos dos cosas a destacar. Por un lado, la ventana de bienvenida, desde donde se puede acceder a documentación relacionada con el sistema o al módulo de instalación de controladores propietarios (algo que veremos más adelante). Por otra parte, el escudo de actualizaciones que descansa en nuestra bandeja del sistema, abajo a la derecha. Dicho icono nos advierte, con su pequeña «i», de que existen actualizaciones disponibles.

Al hacer clic sobre el escudo, se abre el gestor de actualizaciones. Actualmente cuenta con una útil característica, que consiste en permitirnos escoger desde qué espejo («mirror») se van a descargar los archivos. Pulsamos en «Aceptar» para que se lleven a cabo una serie de pruebas con todos los repositorios y podamos elegir aquel que, ya sea por prestaciones o por cercanía geográfica, nos brinde mayor ancho de banda. Se ha de realizar la prueba con los dos repositorios: el principal (Rosa) y el de la base de Ubuntu (Trusty).

El siguiente paso es actualizar la caché, es decir, el almacén local que hay en nuestro disco duro y contiene el índice de paquetes y sus versiones. El único programa que aparecerá como actualizable la primera vez que hagamos el proceso será el propio actualizador. Tras renovarlo, tendremos en pantalla el resto de actualizaciones listas para ser descargadas y aplicadas.
Esto último es una verdad a medias. Me explico: no son todas las actualizaciones las que podemos ver. Linux Mint, desde sus inicios, ha mantenido la política de aproximarse con cautela a este proceso, de tal manera que divide las actualizaciones en diferentes niveles de «peligro», del 1 al 5. Entiéndase por peligro la probabilidad de causar problemas graves como, por ejemplo, aquellos que afectan al servidor gráfico y podrían imposibilitar que iniciáramos sesión en nuestro equipo. Para usuarios noveles, a los que va dirigido este artículo, la mejor configuración es la que viene por defecto, es decir, aquella que ignora las actualizaciones de nivel 4 y 5. Los usuarios avanzados pueden tomar otra determinación, pero eso no será objeto de discusión en este texto. Personalmente me quedo dentro del territorio seguro que proporcionan los niveles 1 al 3.

Pues bien, aclarado esto solamente resta pulsar en «Instalar actualizaciones», y los paquetes nuevos comenzarán a descargarse en nuestro sistema.
Por último, el mensaje que nos indica que nuestro Linux Mint ya está listo, junto con el escudo de actualizaciones que nos muestra el «check» en verde de la barra de tareas.

Un apunte sobre las actualizaciones del kernel
Conocemos como kernel de Linux al núcleo (traducción literal del inglés) del sistema operativo, la parte más crítica e importante del mismo. Muchos desarrolladores trabajan en él, con su creador Linus Torvalds a la cabeza, lo que conlleva que se beneficie de múltiples actualizaciones en un espacio relativamente corto de tiempo. Sobre la conveniencia de tener instalado siempre el último kernel disponible se podría discutir largo y tendido. Dejé una reflexión sobre el tema, centrándome en Ubuntu, que para el caso puede aplicarse a sus derivadas, Linux Mint incluida. En los comentarios del artículo se pueden observar posturas enfrentadas sobre esto que señalo.
Lo principal a considerar es una máxima conocida ya por muchos: «si algo no está roto, no lo arregles». Porque podrías estropear otra cosa en el proceso. ¿Qué quiere decir esto? Fácil: si todo funciona como debe, quédate con el kernel que recomiendan los desarrolladores. Veamos el caso contrario, aquel en el que algún componente de hardware no está cumpliendo su cometido o lo cumple de un modo errático. Se puede probar entonces con un kernel más moderno, algo que Linux Mint nos permite por medio de su gestor de actualizaciones, en la pestaña «Ver», apartado «Kernels de Linux».

Vemos la gran cantidad de kernels disponibles, cada uno en una fila y seis columnas que vienen a indicar lo siguiente:
Versión: la numeración que identifica a cada kernel. Por regla general, el cambio en el último número implica pequeñas variaciones.
Cargado: señala aquel kernel que estamos usando en nuestro sistema.
Recomendado: el kernel que aconsejan usar los desarrolladores de Linux Mint.
Instalado: podemos tener varios kernels instalados y solamente uno estará en uso, que es el que se señala como «cargado». Esto es útil cuando se desea probar un kernel y volver rápidamente al antiguo por si algo fallase.
Correcciones: cuando un kernel arregla algún fallo conocido aquí aparecerá una «i» de información.
Regresiones: el caso contrario al anterior, cuando un kernel provoca fallos que en sus versiones precedentes no sucedían, se nos mostrará un símbolo de exclamación.
Cambiar de kernel es tan simple como seleccionar el que queremos y pulsar en «Instalar el kernel xxxx». Pero hay que pararse a leer el aviso que encabeza el programa:
El kernel de Linux es una parte crítica del sistema. Las regresiones pueden llevar a perder la conexión de red, fallos de sonido, fallos de entorno gráfico o incluso la imposibilidad de arrancar el equipo. Instale o elimine el kernel solamente si tiene experiencia con el kernel y controladores dkms, y si sabe cómo recuperar un equipo que no arranca.

El que avisa no es traidor. Tras realizar un cambio de kernel será preciso reiniciar el sistema para que el nuevo entre en acción, siempre y cuando no se produzca alguna de las fatalidades de las que nos advierten los desarrolladores. Yo me reafirmo en mi postura y me alineo con ellos en este asunto: id a lo seguro y no cambiéis de kernel salvo incompatibilidad con vuestro hardware.
Hasta aquí el primer «tip» para usuarios noveles de Linux Mint. ¡Nos leemos en los próximos!
Salud